miércoles, 19 de octubre de 2011

Cuentos.


LA PRIMERA TRINIDAD DEL CREADOR


     El poder de veintiocho espíritus puros converge y habita en un sitio exclusivo del cielo; junto al poder, reposan cuatro seres de sagrada descendencia. Son como pequeñas estelas transparentes con escasa movilidad que, agrupadas, forman una figura humanoide; desde lejos: un ser humano.
     Cada espíritu es la resolución perfecta de ciertas esferas cósmicas que evolucionaron con la más extraordinaria elocuencia. Por algún motivo, dos esferas se habrían sentido atraídas por la necesidad empírica del encuentro. Exenta de colores, la dupla continuó junta durante un tiempo casi incontable. La separación fue inminente, la ruptura de la relación se hizo espacio cuando una de ellas forzó en sentido contrario respecto de la otra, no obstante, a poca distancia del quiebre, la esfera volvió a su pareja como anillo al dedo. De esta manera, nació el Espíritu de la Sinceridad, centro de todo vínculo dual habido y por haber.
     Transcurrido un lapso, el espíritu alcanzó la máxima plenitud; su poder, en el medio del espacio, era desbordante. Tal fue así que comenzó a vivenciar otros aspectos sensitivos: lentamente Sinceridad buscó la forma de llegar a demás esferas lindantes a través del habla. No conforme con el resultado, ideó un código de sonidos agradables para dichas convocaciones. Tras varios intentos fallidos, Sinceridad desistió, consideró oportuno corregir parte del código y luego descansó por miles y miles de horas de cuenta humana. Ya descansada, aprovechó el acercamiento sigiloso de una bola. Las articulaciones y la sonoridad debieron proyectarse exquisitas, puesto que la esfera quedó encantada con su timbre de voz, perpleja ante la nitidez sonora. Inmóvil, la invitada se percató de las dos semejantes que conformaban la unidad poderosa. La simple cercanía a Sinceridad le causaba absoluto placer, de esos que difícilmente hoy puedan explicarse.
     La esfera se anexó al complejo. Sinceridad le hablaba a menudo, le explicaba sobre sus orígenes, el proceso evolutivo, la calidad del vínculo, las pruebas vocales experimentadas. La armonía reinante entre ellas contaba con los pilares básicos del sentido común. A lo largo de los tiempos, la esfera no hizo otra cosa que recibir los mensajes de su emisora, desarrollando así, una amplia capacidad audioperceptiva. Su audición, por entonces, abarcaba vastas parcelas siderales, en nuestros días, los tímpanos no conocen la finitud. Sinceridad recompensó a su receptora por tantos momentos de escucha transfiriendo una pizca de espíritu para que todo el dominio de la lengua le pertenezca. Feliz, la esfera sublimó la entrega y se autodeterminó con las siguientes palabras: “Soy el Espíritu de la Audición y los Idiomas”.
     El nuevo ente comprendió que las tareas por realizarse serían muy específicas, que la ausencia de tonalidades en Sinceridad y en él, le marcaba el límite de futuras incorporaciones. Para apaciguar los efectos poderosos, debía citar a aquellas esferas que mediante las apariencias no aclamasen atención alguna: irrisorias, incoloras, diminutas, tanto como serenas, expectantes y cautas de movimientos. La vigorosidad del instante marcó la precisión tomando por sorpresa a un grupo aledaño de globos, Audición e Idiomas los espantó a todos a excepción de uno: el elegido.
     -Tenga valor-irrumpió rápido-.Quienes se alejan sin causas válidas, vuelven luego con las mismas.
     El globo, maravillado, experimentó un goce singular e impulsado al regocijo, se le acercó.
     -Sinceridad y yo necesitamos moderar nuestro poder-añadió Audición e Idiomas.
     El globo no dudó, se zambulló en el complejo sin ofrecer resistencia alojándose justo en el medio de ambos espíritus. La magia sucedió enseguida: múltiples corrientes conductoras de virtudes se gestionaron entre Sinceridad y Audición, la primera le enviaba datos sobre la verdad de a dos, la autenticidad espontánea recíproca, mientras que la segunda le devolvía la innata capacidad de escuchar, la gentileza del lenguaje adquirido. Un trueque improvisado, si se quiere, entre espíritus dotados, necesitados de un experto moderador. Por eso fue indispensable que la nueva esfera hiciera prácticas concentradas. Ensayó veintidós ejercicios difíciles, los primeros once enfocados en la moderación interna del poder, los restantes en la regulación de las irradiaciones externas. Algunos estudios contenían engaños o intenciones capciosas, cosas como éstas, ocurrían a menudo:
     -Prepárate, en breve estaré enviando a Sinceridad una corriente de escaso volumen informático, tan sólo mil doscientas palabras-pautaba Idiomas.
     Sin embargo, al momento de la entrega, la alumna se rebalsaba de un diluvio recargado de frases, conceptos, palabras sueltas y, en ciertas ocasiones, de extensos monólogos que se repetían una y otra vez.
     Tiempo después, la mediadora tuvo un perfecto control de sí al punto que dominó una técnica excelente. Los espíritus podían intercambiar los conocimientos, ejecutarlos desde el otro, fusionarlos con los suyos en una suerte de múltiples opciones, destacándose la posibilidad de reducción, en porcentajes, de las virtudes a la mínima existencia de uno para que el otro aumentara en ganancia su campo de acción.
     El ambiente de integridad se completó cuando Idiomas se dirigió a la esfera afirmando:
     -Las pruebas han sido superadas. Tu trabajo nos satisface en gran medida. Desde ahora, serás el Perfectísimo Espíritu de la Templanza.
     Dicha esta última palabra, la esfera se hizo espíritu.
     La Trinidad gobernó el presente espacial de aquel entonces, los viajes en busca de seres pares fueron en vano. Descubrió que ni por asomo existían entidades constituidas como tal en todo ese espacio negro, ni siquiera una, ni otras, ni alguien a quien Audición pudiera escuchar. Era sólo ella y numerosas esferas inertes.



EL  PROYECTO  LATRODECTUS  MACTANS
 (REPORTE  NÚMERO  TRES)


     El veintisiete de marzo de dos mil uno, el señor Harrison contrajo el virus de la inmunodeficiencia humana. Al enterarse de ello, su vida fue un desastre: los seres vivos le parecían todos iguales y se entregó en su hogar al alcohol desmedido de cada día, tarde, noche. No quiso ningún medicamento oficial ni privado, ni nada que pudiera ayudarlo. A lo largo del día, maldecía a todo el mundo: a sus padres, (que en paz descansen), hijos dispersos, a su ex mujer con “el otro”, a los perros vagabundos, los gatos, las plantas, a las viejas, los jóvenes, etc. De él salía casi siempre una bola no pequeña de blasfemia; hasta Gandhi la ligaba, el Papa de turno, el “Che”, Sai Baba, los Stones y los Beatles. Se contagió, mediante sospecha, por una relación sexual-promiscua con una mujer apodada “Kimberly” que le había garantizado, como que se llamaba Rose, su salud en perfecto estado. “Estoy sanísima, ni me engripo”, le dijo antes del placer. ¡Y sí! De lo que no se cura el humano, es de la maldad.
     Su vida transitó por varios meses así, sin rumbo: maldiciendo. Un día lo echaron del trabajo, se vio sin dinero, y estrelló nueve vasos de un juego de diez contra la pared. Al cabo de un año, su casa estaba desprovista de luz, agua, gas y se parecía al castillo del vampiro aunque con ocho metros de frente en plena urbe concentrada. Poco a poco, la propiedad se llenó de mugre, polvo, cenizas, mosquitos, moscas, insectos, arañas. Pero una de ellas, la más temible de todas, jamás la esperó de visitante, ni por las tapas; ni en la tapa de la olla que un día abrió sin saber por qué. Sin embargo, allí estaba: una viuda negra resentida por la muerte de su macho.
     ¿Qué puedo escribir para detallar el inmenso dolor de la picadura si con la telepatía nos alcanza?
     En el hospital, los especialistas nombraban a la araña por su nombre: Latrodectus Mactans, como si eso cambiara algo la situación del paciente y, lo peor de todo, era que lo repetían hasta el cansancio. Pasó que un médico lo sabía suficientemente bien como para iniciar la cadena de palabras con el solo propósito de exhibicionismo enciclopédico. No se olviden de que, desde que la mujer trabaja en los hospitales, hasta el dolor causado por la picadura de una Latrodectus Mactans, puede ser el recurso de seducción usado por “algún” doctor mujeriego en su afán de impresionar a una colega recién egresada de la universidad.
     La intervención sanitaria fue todo un éxito. ¡Viva la ciencia! El señor Harrison recobró su estado de ánimo habitual, volvió a su casa, buscó la araña con una linterna, la encontró y la mató de un zapatazo.
     Ochos meses después, en el banco de una plaza, conversó de casualidad con el médico Salvatore que lo había atendido el día de la picadura. Como resultado, el señor Harrison volvió al hospital para hacerse un chequeo general: virus de la inmunodeficiencia humana (negativo). ¡Sí! Al señor Harrison se le había negativizado la afección de este virus bastante mortal. A raíz del hecho, Salvatore no dudó en formar un grupo humano de investigación llamado: Latrodectus Mactans Project. En el laboratorio, lleno de cosas simples, se trabajó sin cesar con su tecnología. Recuerdo haber visto una computadora de tamaños enormes, plagada de luces multicolores, que transfería datos a una pantalla negra; el resto de las cosas, ni vale la pena contárselas. En el día del resultado final, hasta la opinión pública estaba interesada, por lo que el doctor dio una conferencia abierta y televisada a la humanidad entera. Su rostro, acompañado de los de su equipo, lo decía todo: el veneno de la viuda negra no cura el HIV. Pero él, ante las circunstancias que lo condicionaban, tuvo que decir esto manejando pausas: “Después de arduo trabajo en el laboratorio, y quiero agradecer a mi equipo interdisciplinario por su desempeño, lucha y dedicación, concluimos que el veneno de la Latrodectus Mactans, más conocida como la araña viuda negra, lamentablemente, no cura el virus de la inmunodeficiencia humana, conocido como el virus del HIV”. E insólitamente agregó: “Es decir, no cura el SIDA”.
     Dos años más tarde, el señor Harrison barría las hojas de la vereda de su casa cuando un anciano, desconocido, se le acercó hasta pegar su cuerpo contra el suyo.
     “Yo sé qué curó su enfermedad”, le dijo. Harrison tomó distancia del hombre y arrojó la escoba al suelo sorprendido. “¿Qué fue?”, le retrucó. “Su HIV, o mejor dicho su dolor por el HIV, no lo curó el veneno de la araña, sino el dolor que le trajo más grande. Reabran el proyecto, hable con Salvatore”.
     Pido a la base cambio de destino, este planeta es como mínimo insoportable.

ASHTAR SHERAN
COMANDANTE DE LA FLOTA DE LA CONFEDERACIÓN



ASHTAR SHERAN